El “Rey” que cultiva la tierra y las letras

“Hay algo muy lindo por las redes: las palabras de presentación, por Luis Yuseff, de mi primer libro ‘Carne Roja’. Se titula ‘El enterrador de libros’. Se refiere al hecho de que, al principio de mi contacto con la literatura, yo enterraba en el surco los libros que iba leyendo”.


Son las 15:45 en Buenos Aires, Argentina. Una hora más que en Fray Benito, Holguín, Cuba; la tierra que lo vio nacer. Desde la nación de los “che”, a donde asiste como invitado a la Feria del Libro, Reynaldo Zaldívar Osorio comienza a responder una larga ronda de preguntas.


“Sucede que cuando era pequeño trabajaba con mi abuelo en su finca. Habíamos sembrado maíz. Eran extensas carreras que regábamos por aniego. Desde que el agua salía, hasta que llegaba al otro extremo, pasaba un tiempo largo y tedioso que amortiguaba llevándome un libro para leer.


“Todo esto era a escondidas de mi abuelo, que se ponía furioso porque yo estaba ‘perdiendo el tiempo’. El libro de turno lo dejaba guardado bajo la tierra hasta el otro día. Si ya lo había terminado, allí quedaba entre la bondad de la tierra y la magia del campo. Con esto te cuento lo difícil que era al principio ser la diferencia”, relata vía Whatsapp el joven rey que cultiva tanto la tierra como la literatura.


Reynaldo va para la Feria. A las 20 horas lo reciben para llevarlo “leeeejos” a una entrevista en la radio. “Raíces” es el nombre de la emisora. Regresa tarde, no sin antes dejar constancia de su paso con una foto que comparte en Facebook. De fondo, un cartel que alude al nieto 101 recuperado, tras la dictadura en Argentina. En la madrugada sigue respondiendo preguntas.


Reynaldo (A la derecha)

“La vida del campesino es difícil; sobre todo, cuando no están creadas las condiciones para que el trabajo sea mínimamente placentero. He sabido ir a la finca con los zapatos rotos, escampar la lluvia bajo los árboles, llegar a casa con más de diez espinas de marabú en las manos; porque la adquisición de los guantes -en determinados momentos- se ha tornado engorroso.


“Algunos no tienen otra cosa para vivir que la finca donde trabajan, sea o no de su propiedad. Yo elegí acogerme al Decreto Ley 350. Era una meta personal que no podía evitar. Los difíciles días de la pandemia me alejaron de la poesía, del mundo del arte. Era quedarse con las manos cruzadas o intentar ser útil de algún modo a la economía familiar y del país, que estaba pasando uno de los mayores contratiempos de su historia.


“Allá fui a expulsar a machetazos un campo de cuatro hectáreas de marabú, a sacar a pico y hacha las raíces que impedirían romper la tierra. Allá fui a arar con unos bueyes pequeñísimos que tuve que enseñar y aprender con ellos. Sembré después de las primeras lluvias y fue hermoso ver brotar la semilla con ese verde que todo lo renueva.


Poeta, de profesión campesino

“Ser campesino tiene sus bondades, su magia después de la tormenta. Allí estás a mitad de la nada rodeado de cartacubas, sinsontes, luces que se le escaparon a Dios y convergen para arrastrarte a la belleza. El gobierno ha dispuesto nuevas leyes para mejorar las condiciones del campesino cubano. Necesitan aún perfeccionarse, pero van en buena ruta. Hace tiempo veníamos abogando por prestarle más atención a esta rama de nuestra economía. Por fin, hemos visto escuchadas nuestras sugerencias.


“Lo más difícil que he pasado en el campo es trabajar para otra persona por un salario. Como golpes de tambor son los minutos que no avanzan y esas horas de trabajo se vuelven extensos túneles de la desesperanza. Te ves con unos billetes en la mano que solo alcanza para comprar el arroz del día y se queda como en otro capítulo de ficción poder sacar a tu pareja a pasear los domingos.


“Fueron días difíciles. Conozco muchos jóvenes en esa situación. Se les va la vida detrás del surco sin ver cumplidos sus sueños. No todos pueden hacer como yo, y enrolarse con la poesía; aunque se caiga en pedazos el mundo. La poesía me salva”.


Con el teléfono móvil, recostado en la cama, Reynaldo está trabajando en las respuestas. Es mucho el cansancio del día. Se le cierran los ojos frente al celular. Poquito a poquito responde, con espíritu de poeta. Ya va por la cuarta pregunta. Es el segundo día de entrevista.


“Me preguntas como es mi casa y recuerdo que aún no tengo casa. O sí; porque en mi familia todos nos pertenecemos. Hay una ventana cerrada a martillazos. De algún modo, creemos que eso puede evitar que se escape la esperanza. O es que se rompió desde los últimos vientos y el paso del tiempo le ha dado una imagen poética.

Árboles. Alrededor de mi casa hay árboles y muchas cosas que se rompen. Está mi madre sosteniendo el equilibrio. Mi segundo padre que es como el pan de cada día. Abuela que anda de la bodega a la casa saludando a todos y mis hermanos que, a pedradas, tumban el amanecer”.

Ya es de tarde. Reynaldo debe tomar el subterráneo en Argentina. Es toda una aventura, dice. Cuando logra subir, hay algo que le parte el alma. Inserta el vídeo en Whatsapp. Es un niño. Debe tener unos diez años. Son artistas del subte. Piden dinero por cantar.


Vuelve al cel y a las preguntas. Se enajena del mundo. Aprovecha los minutos de viaje para seguir contando su historia y desmitificar el hecho de que un campesino es alguien con baja cultura.


“Trabajé en una finca de frutales hace algunos años. El dueño domina el inglés con una perfección asombrosa. Es capaz de traducir obras literarias. La esposa también es licenciada en esa lengua. Mi papá vive en otra provincia. Allá es campesino. Tiene, en alguna esquina de la casa, un rústico librero con excelentes textos que puede recitar de memoria.


“En mis viajes por las provincias de Cuba he gustado de conversar con hombres y mujeres de campo que asombran por su capacidad intelectual. Y fíjate que no digo inteligencia. Nuestro país se ha esforzado mucho por destruir la idea de que los campesinos son, por tendencia, incultos. Nuestra provincia no puede enorgullecerse de escritores citadinos. En su mayoría (para dejar algún espacio a mí falta de memoria) han venido del campo o de pequeños asentamientos poblacionales. Esto es un privilegio que no pueden darse algunos países desarrollados”.


Reynaldo ha llegado a la Feria. Envía una foto. Hay una cola inmensa para comprar libros. El 90 por ciento son jóvenes. Manda un audio. Se le ha “pegado” algo el acento argentino.


Cuenta que la literatura allá es un negocio. “La mayoría de los libros que se publican son inservibles, pero se venden bien. Hay mucha sicología absurda, literatura de contenido religiosa, muchas novelitas rosa… Todo es carísimo: libros de dos mil, tres mil pesos…”

Reynaldo en la presentación de su libro Carne Roja, en la Feria del Libro de Buenos Aires, Argentina

Cumple con la presentación de su libro “Carne roja”. Sale por la televisión nacional en Cuba en el noticiero. Ya es famoso. Pero no es lo más extraño que le está pasando.


“La poesía es lo más raro que me está pasando. ¿Ya vez todo lo que te he hablado, sobre el campo, la tranquilidad y todo eso? ¿Y si te digo que yo no escribo sugestionado por esa espiritualidad? ¿Y si te digo que no recuerdo haber terminado algún texto bajo la paz de la casa o lo sensorial de la naturaleza?

“Yo escribo dentro del ruido, mientras espero el transporte público, en los cafés de la ciudad. Creo que en eso radican los contrastes de mi poesía. Cierto que me nutro de lo que me rodea, que voy de un sitio a otro haciendo notas mentales de lo que veo. Ordeno mi energía interna en ese ambiente que vivo. Pero escribo en medio del caos”.

Reynaldo lee sus Desequilibrios en la rural, Argentina.

Es el tercer día de entrevista. Quedaron muchas respuestas por dar y varias preguntas por hacer. Faltó, por ejemplo, “si tengo hijos, mujer, caballo, el lío con las vacas y la dimensión exacta del vacío que provoca la poesía”, confiesa el Rey.


Mientras tanto, se queda con lo único que tiene lindo Argentina: su arquitectura y su gente cálida, bondadosa y de hablar bajito. En par de días estará de vuelta a Cuba un rey que cultiva la tierra y la poesía:


“Ambos son asuntos para domar el espíritu. El campo humildece y en la humildad radica la verdadera grandeza. El campesino pasa mucho tiempo en un ambiente propenso a cultivar la espiritualidad. Ha de atender sus animales, sus cosechas”.

“No es costumbre desesperarse porque aún falten tres meses para recoger los primeros frutos o porque la cría necesita varios años antes de ser útil. Eso hace que las pequeñas cosas que escapan a ritmo de las ciudades se conviertan en un tema de conversación o hasta se convierta en poesía. El campo tiene poesía”.

Cortesía: http://www.ahora.cu/es/cultura/15635-el-rey-que-cultiva-la-tierra-y-las-letras

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